El apabullante lavado de
cerebro perpetrado por los separatistas mediante la utilización partidista
de las herramientas de gobierno puestas en sus manos por el Estado de las
Autonomías es la muestra palpable de que los movimientos totalitarios consiguen
construir "una sociedad cuyos miembros actúen y reaccionen según las
normas de un mundo ficticio". No es fácil describir mejor el estado
anímico de millones de catalanes convencidos de que hay que odiar a España por
culpa de una invasión acaecida en tiempos de Felipe V. Y a partir de ahí todo
un fabuloso edificio de mentiras, imaginaciones y paranoias situadas más allá
del debate.
La anticonstitucional
inacción de un gobierno nacional tras otro ha logrado que los ingenieros
sociales separatistas hayan podido inocular su ideario, desde su más tierna
infancia, a millones de ciudadanos. Pero no mediante el conocimiento, sino
mediante la manipulación; no mediante la información, sino mediante la
ocultación; no mediante la reflexión, sino mediante eslóganes repetidos con machaconería; no mediante la libre discusión, sino mediante mordaza de las voces discordantes; no mediante la educación, sino mediante el
adoctrinamiento; no mediante el razonamiento, sino mediante eficaces mecanismos
sentimentales como los cantos, los himnos, las banderas, los desfiles, las
antorchas, el repique de campanas, los gritos, los arrebatos, los gestos, las
poses y las lágrimas.